martes, 10 de marzo de 2009

La primera vacuna de la Historia


El 17 de mayo de 1749 nació Edward Jenner en la ciudad de Berkeley (Inglaterra). Durante toda su vida fue un apasionado por la naturaleza y sus misterios, con tan sólo 13 años se convirtió en aprendiz del cirujano de Sodbury, quien le descubrió los misterios fascinantes del cuerpo humano. Tan sólo ocho meses después se trasladó a Londres para iniciar sus estudios en medicina en el St. George Hospital, en donde tuvo la suerte de conocer a John Hunter, con el cual inició una larga serie de investigaciones experimentales. Al finalizar sus estudios, y ante el asombro de su maestro, regresó a Berkeley para ejercer la medicina como médico rural. Se cuenta que en sus ratos libres escribía versos, tocaba el violín o hacía estudios sobre la migración de las aves.
Las continuas visitas a los granjeros de la zona le permitieron comprobar que había personas que enfermaban de una forma muy leve de viruela, una enfermedad con elevada mortalidad en esa época, y que además quedaban protegidos contra la enfermedad. A Jenner no le pasó desapercibido que estas personas eran precisamente las encargadas de ordeñar a las vacas.
¿Cuál era la causa de esta protección? Lo habitual era que en las ubres de las vacas apareciesen unas lesiones, a modo de vesículas llenas de pus (pústulas), de las que podían contagiarse los ordeñadores.
Las lesiones en las manos duraban muy poco tiempo, nunca era mortal y no dejaba secuelas. Los propios granjeros conocían desde tiempo atrás este fenómeno al cual los científicos del momento consideraban una “superstición de gente ignorante”.
Jenner no estaba de acuerdo con sus contemporáneos, pensó que podría tratarse de una medida eficaz de prevención y decidió realizar un experimento.
Con la inestimable ayuda de su sobrino, Henry Jenner, recopiló datos epidemiológicos de 28 individuos, los cuales le proporcionaron una evidencia para formular una hipótesis: la inoculación con la viruela de las vacas podía evitar el contagio de la viruela humana.

El 14 de mayor de 1796, tres días antes de cumplir los 47 años, una fecha memorable para la Ciencia, realizó su célebre experimento. Extrajo pus de una de las pústula de la mano de Sarah Nelmes, una ordeñadora que había contraído viruela vacuna de su vaca lechera, llamada "Blossom", e inoculó con este material a un niño de ocho años, James Phips, el cual no había enfermado de viruela.


El niño desarrolló una leve enfermedad entre el sétimo y el noveno día. Se formó una vesícula en los puntos de inoculación, que desapareció sin la menor complicación. Jenner pensó que el joven Jame estaba protegido contra la enfermedad y por eso el uno de julio le volvió a inocular, en esta ocasión con material extraído de un paciente afecto de viruela. Tal y como había sospechado Jenner, el niño no enfermó.

. Vacuna y vacunación

El doctor Jenner publicó sus resultados en 1798 en una monografía titulada: "Investigación de las causas y efectos de la vacuna antivariólica". Al hacerlo, acuñó el nombre en latín para la viruela vacuna, variolae vaccine (la viruela de las vacas).
En todas sus publicaciones, utilizó el término vaccine (vacuna) para el virus y la enfermedad, sin emplear jamás la palabra vacunación. Este término fue utilizado por primera vez en 1800 por Richard Dunning, un cirujano de Plymouth, con la aprobación de Jenner. Posteriormente el vocablo sería adoptado por Louis Pasteur. En 1881, Pasteur empleó por primera vez la palabra "vacuna" en sentido general y propuso que se emplearan las palabras "vacuna" y "vacunación" como términos generales durante una conferencia internacional en Londres.
En los cinco años siguientes la monografía se tradujo a seis idiomas: holandés, francés, alemán, italiano, portugués y latín. Poco a poco la vacunación reemplazó a la variolación que fue prohibida en Gran Bretaña en 1840.
Poco tiempo después se descubrió que la vacuna se podía transferir sucesivamente de un individuo a otro sin perder sus propiedades.
En la difusión de la vacuna de Jenner participó de forma activa el gobierno de Carlos IV de España, que en 1803 organizó una expedición dirigida por el médico alicantino Francisco Xavier de Balmis, con la misión preventiva de vacunar el continente americanos y las posesiones españoles en Ultramar.
En 1805 algunos médicos franceses, convencidos de la utilidad del método de Jenner, convencieron a Napoleón para que vacunase a sus tropas. La medida fue un éxito y las bajas del ejército francés por viruela fueron mínimas, en comparación con las aparecidas en los ejércitos enemigos.
En el siglo XX la campaña de vacunación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dio sus frutos y después de muchos esfuerzos y millones de dosis se consiguió erradicar la viruela en el año 1977. El último eslabón de la cadena fue el somalí Ali Maow Maalin.

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